lunes, 21 de marzo de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 30

El inspector, concentrado como estaba en la tabla de madera que parecía esconder algo importante, no oyó los pasos que se acercaban por el pasillo y, cuando sus ojos quedaron momentáneamente deslumbrados por una luz cegadora, el primer pensamiento que pasó por su mente fue que el propio Juan Villanueva le había descubierto con las manos en la masa. Cuál sería su sorpresa al escuchar la voz de una mujer.
— ¿Qué hace usted aquí inspector? — Con el aire de superioridad que la caracterizaba, Cecilia Villanueva se hallaba de pie, justo delante de él sosteniendo una lámpara de aceite en su mano izquierda. — ¿No se da cuenta que podría pedir a sus propios compañeros que le arrestaran de inmediato por allanamiento de morada?
En hombre se levantó lentamente y la miró a los ojos. — Señorita — le dijo — Podría yo hacerle la misma pregunta o ¿Acaso saben su padre y su hermano que visita sus despachos a estas horas de la madrugada?
—Esta es la empresa de mi familia. Tengo derecho a estar aquí.
—Derecho sí, pero permiso, permítame que lo ponga en duda.
La chica frunció el ceño — No ha respondido a mi pregunta ¿Qué hace aquí?
—Intento averiguar qué pasó con Luisa Suárez. Eso es todo.
— ¿En el despacho de mi hermano?
— Su hermano no está diciendo toda la verdad. Oculta algo y tengo que saber qué es. — Mientras hablaba, el inspector se preguntaba cómo, en presencia de la chica, iba a descubrir qué habría debajo de aquellos tablones de madera. Tenía que ingeniárselas de alguna forma puesto que volver una segunda noche sería demasiado arriesgado por su parte.
—Lo sé — dijo Cecilia ante la sorpresa del hombre —. Estos días está muy raro. Está nervioso e insoportable. A veces temo que decida tirarse él mismo por el precipicio al igual que su buena amiga — pronunció éstas últimas palabras con retintín. — Trama algo y no sé qué es. Temo por la empresa de mi familia y por eso estoy aquí.
  Sorprendido por la sinceridad de la joven el hombre no supo si aquello sería un golpe de suerte o una trampa pero sea como fuere tenía que aprovechar la oportunidad, tal vez aquella noche pudiera llegar a ser mucho más productiva de lo que hubiera esperado.
— ¿Y qué está buscando exactamente?
— No estoy muy segura. Solo sé que Juan es muy metódico. Siempre apunta todo lo que hace o los planes que tiene. Ha de tener algún tipo de libro o agenda en la que revele cuáles son sus pensamientos o, lo que es más importante, cuáles serán sus próximos movimientos. He rebuscado en su cuarto esta tarde y allí no había nada. — Se quedó pensativa y de pronto preguntó — ¿Qué hacía usted en el suelo?
—Hay una tabla suelta — decidió arriesgarse —, creo que puede haber algo escondido justo debajo.
— ¿Y qué sugiere que es?
— Creo que Luisa escribió una segunda novela. Y quién se deshizo de ella estaba muy interesado, o bien en que no saliera a la luz para que no le perjudicase o bien en sacarla a la venta para poder ganar mucho dinero.
—Ambas teorías podrían relacionar a mi familia con la tragedia — respondió en tono gélido. —Creo recordar que ya le he dejado claro en una ocasión que deje de vincular sus investigaciones con los míos.
—Y yo creo recordar que usted me prometió una colaboración de la que aún no he tenido noticia. Me va a resultar muy difícil no relacionar a sus parientes o a usted misma con el caso teniendo en cuenta que la novela de la joven trata expresamente sobre ustedes. ¡Es la historia de cómo se fundó su empresa! ¡Todo el mundo lo sabe!
—Se cree muy listo, inspector. Con tantos años de profesión y sus… digamos, poco ortodoxos métodos, piensa que está por encima de los demás ¿Me equivoco? — El hombre intentó disimular una mueca de asombro —Me he informado bien. — Sonrió —Permítame que le aclare las ideas, viendo que ha hecho sus deberes y ha leído el libro. Nadie, repito, absolutamente nadie a parte de los miembros de mi familia saben los verdaderos entresijos de nuestra compañía. Es posible que Juan le contase algo a Luisa. La historia superficial, la que todo el mundo sabe: que mi abuelo en paz descanse, fue un hombre carente de preparación académica pero con un olfato innato para los negocios. Metales Villanueva fue su obra maestra y la culminación del sueño de su vida. Su proyecto empresarial que antes de la guerra llegó a contar con más de trescientos obreros, colocó a nuestra región en la vanguardia europea de los productos galvanizados en tiempos de bonanza. Los negocios que hizo, o dejó de hacer, con su socio no son competencia del pueblo.
—  ¡Así que es cierto! — exclamó — En la novela, aunque la metalúrgica la funda el personaje de Fernando, aparece un segundo hombre que comprará la mayoría de las acciones de la empresa y que, misteriosamente, muere hacía el final de la historia.
La chica se mordió el labio. — No se crea todo lo que lee.
— ¿Quién era ese hombre?
— Nadie que tenga que ver con la desaparición de Luisa. ¿Por qué no la investiga a ella, inspector? Por qué no indaga en su pasado, en su familia, en su prometido. La chica tenía muchos problemas ¿sabe? El libro era el menor de ellos.
—No estoy tan seguro de eso ¿Qué opinó su familia de la publicación?
—Entenderá que a mi padre no le hizo ninguna gracia. Obviamente las similitudes con nuestra empresa son grandes, pero nadie sabe, ni sabrá, a ciencia cierta qué es real o no, pues de eso trata la literatura. Algunos lo llaman engaño otros, ficción. Hay quien dice que grandes crímenes se encuentran escondidos detrás de grandes obras de arte pero sin pruebas, solo queda la duda. Recuerde que mis tíos financiaron el proyecto. No lo hubieran hecho si pudiera resultar perjudicial para sus cuñados y sobrinos. ¿Le parece bien esa explicación?
—Sólo por el momento. ¿Qué puede contarme de los problemas de Luisa? ¿Eran ustedes amigas?
—Esa es una historia algo más larga de contar.


—Tenemos tiempo — Era noche cerrada y aún quedaban unas cuantas horas para ver salir el sol. La chica suspiró y comenzó a hablar.

lunes, 14 de marzo de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 29

Los pasillos del enorme edificio de Metales Villanueva, bulliciosos con la claridad del día, presentaban un aspecto fantasmagórico iluminados por la luz de la luna. Sólo las antiguas fotografías colgadas en las paredes eran testigo de que alguien merodeaba sigilosamente por el corredor. Se deslizaba como una sombra ágil y silenciosa.
  El inspector Sierra había logrado eludir la vigilancia y se había colado en las inmediaciones de la compañía. No había sido tarea fácil. Por un momento se recordó a sí mismo caminando entre las trincheras, aprovechando la oscuridad para burlar a la línea enemiga. Sacudió la cabeza para apartar aquellos recuerdos de su mente. No estaba en una guerra, se dijo a sí mismo, aunque lo que estaba haciendo no era legal y lo sabía. Siguió caminando.
  Aquel día en comisaría las investigaciones habían vuelto a ser infructuosas. Se encontraban en un callejón sin salida. No tenían cuerpo ni pistas, tampoco orden de registro, por lo que, finalizada la tarde, el inspector decidió dar un paseo por los alrededores de la empresa de la familia de magnates. No tuvo que dar muchas vueltas para encontrar una pequeña puerta sin vigilancia. Parecía oculta por una pila de cajas y, aunque en aquel momento estaba franqueada por obreros que aún no habían terminado su jornada laboral, tal vez por la noche nadie se ocuparía de ella. Sabía que tanto las entradas principales como el apartadero de ferrocarril y la gran flota de camiones de gran tonelaje permanecían siempre custodiadas por motivos de seguridad pero, debido a la reducción de personal de los últimos años, probablemente las puertas de las oficinas solo estuvieran cerradas con llave. Sea como fuere, tenía que intentar entrar.
 Esa noche cenó con Marieta y sus hijos haciendo un esfuerzo por tragarse la comida y aparentar normalidad. Escuchó las anécdotas de Sara intentando regatear en un mercado en el que casi no había existencias que comprar y cómo Carlos aceptaba con una mezcla de orgullo y resignación su eminente reclutamiento para el servicio militar. En cualquier otro momento, Sierra se hubiera mostrado muy interesado por la conversación con su familia pero, sentando a la mesa, no podía apartar su vista del reloj, cuyas manillas parecía no querer moverse.
 Cuando toda la familia, por fin se hubo quedado dormida, se levantó de la cama y, poniéndose unos pantalones encima del pijama y una gabardina, abrió la puerta de su dormitorio.
—Será mejor que lleves una bufanda. Las noches de invierno son traicioneras. — Oyó la voz de su mujer. Él giró la cabeza sorprendido y la vio incorporada sobre la cama. —Haz lo que tengas que hacer para resolver este caso, pero vuelve sano y salvo a casa. —Le dijo antes de cerrar los ojos otra vez.
  Con el corazón en un puño a sabiendas del riesgo que estaba tomando y del peligro que podía correr su familia si el fracasaba, abandonó su hogar.  Como un gato recorrió las solitarias calles de la villa y llegó a la portilla que había avistado unas horas antes. No había nadie alrededor.
 Sacó una ganzúa de su bolsillo derecho y, unos minutos de trabajo más tarde, la puerta se abría ante él. Utilizó unas cerillas para alumbrarse hasta que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad. Aquel debía de ser el cuarto de las escobas, los uniformes y demás utensilios que colgaban sucios y desordenados de unos ganchos en las paredes. Al fondo de la pequeña estancia vio una escalera que daba a otra puerta. Giró la manilla con suavidad y esta se abrió lentamente. Fue a dar a la parte de la empresa que ya conocía gracias a su visita a Juan Villanueva hacía unos días. El corredor lleno de puertas que daban a los distintos despachos tenía un suelo de color verde que no se podía apreciar a aquellas horas. Las paredes estaban decoradas con cientos de fotos que parecían tomadas en los primeros años de su fundación. Le hubiera gustado pararse a observarlas con detenimiento pero aquel no era un viaje de placer. Miró los letreros de las puertas uno a uno hasta dar con el del joven empresario.
 Utilizando de nuevo su alambre, se abrió paso hacia la estancia y cerró tras de sí.
 No había tiempo que perder. Todo estaba aparentemente ordenado. Los papeles se amontonaban cuidadosamente encima de la mesa de roble que presidía la dependencia y no parecía haber en ellos nada que fuera del interés del inspector. Abrió el primer cajón del escritorio y lo primero que encontró fue el libro de la joven. Lo tomó en sus manos y un papel cayó en el suelo. Lo recogió apresuradamente y pudo reconocer en él la caligrafía de la chica.
«Querido Juan.
Las segundas partes son las buenas. No lo olvides.
Tuya:            
                                               L.S»
  Aquella nota parecía reciente. Levantó la pequeña hoja para contemplarla a la luz de la luna y así comprobar que no estaba tan arrugada ni desgastada como las que él guardaba en comisaría. Si aquello no era ningún truco, entonces estaría en lo cierto y Luisa, antes de desaparecer, habría escrito una segunda parte de su obra, lo cual podría confirmar algunas de sus teorías, como por ejemplo que sus supuestos desinteresados mecenas se provechasen de la muerte de su protegida. Ahora la cuestión era ¿Dónde podría estar el manuscrito? Si se lo hubiera dejado a Juan, lo más probable sería encontrarlo en su casa o en aquel despacho. Miró a su alrededor en busca de alguna caja fuerte y, a falta de una, lo que vio fue un gran cuadro. Se acercó a él y lo movió ligeramente para comprobar que detrás se encontraba un portón blindando. Negó con la cabeza. El chico no sería tan tonto. Una caja fuerte sería el primer lugar en el que alguien buscaría. Se dirigió de nuevo hacia la mesa y, en medio del silencio sintió un crujido.
 «Bingo»
 Se agachó y apartó la alfombra que cubría el suelo de madera. Palpó todas las tablas de alrededor con suavidad hasta averiguar de dónde provenía aquel casi imperceptible chasquido. Una de ellas estaba suelta. Estaba a punto de levantarla con las uñas de los dedos cuando de repente una luz le cegó.


— ¿Quién anda ahí?

lunes, 7 de marzo de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPITULO 28

— ¿Juez Noriega? Soy el Inspector Sierra — dijo el hombre presentándose en el despacho del anciano juez y estrechándole la mano — .Gracias por recibirme a estas horas de la noche.
—Deduzco que ha de tratarse de algo de suma importancia.
—Así es. Como le expliqué brevemente por teléfono, vengo a pedirle una orden de registro para Juan Villanueva.
El hombre se quitó las gafas y dejándolas encima de la mesa pasó los dedos por sus cejas de forma pausada. — ¿Usted sabe de lo que está hablando? No puedo darle esa orden así como así. La familia de esos magnates hace que nuestra villa siga de una pieza y se recupere poco a poco después de la guerra.
—Pero…
—Pero pueden pasar dos cosas, inspector. Que la familia Villanueva se sienta sumamente ofendida por la realización de un registro en las instalaciones de su compañía y en su residencia privada y por lo tanto y, por culpa de la humillación, decida trasladarse a otro lugar, o bien que usted no encuentre nada sospechosos y yo sea destituido de mi cargo por incompetencia.
— ¿Y si encontramos algo? — Le interrumpió.
—En cualquier caso, malo para Villanueva y malo para nosotros ¿No se da cuenta? Especialmente para usted. No sólo su carrera se vería gravemente perjudicada si no que levantaría el odio de los ciudadanos si muerde la mano que les da de comer.
—Señor Noriega, apelo a su sentido de la justicia ¡Una joven ha desaparecido! Probablemente esté muerta.
— ¿Tienen su cuerpo?
—No…
— ¿Alguna prueba irrefutable?
—Tenemos un zapato.
— Un zapato que podría ser de cualquier señorita descuidada, mientras que su supuesta víctima podría, simplemente, haberse fugado simulando su muerte.
— ¿Por qué habría de hacer eso? — protestó —  He visto el desconsuelo de su familia.
—Corren tiempos oscuros, inspector. Acabamos de salir de una guerra, el país aún está resentido y muchas personas continúan desapareciendo cada día.
El policía suspiró — Veo que no voy a conseguir nada de esta visita, ¿Verdad?
—Tráigame algo mejor que ese zapato y prometo pensarme lo del registro. Eso es todo.

  El inspector Sierra llegó a casa con la moral por los suelos. Llevaba casi una semana trabajando en el caso y no tenía nada más que un zapato negro que, ciertamente podría pertenecer a cualquier chica. Sentado en su desgastado sofá del salón, casi no se percató cuando Marieta apareció a su lado. La miró con tristeza.
—Creo que estoy perdiendo facultades.
Ella le cogió la mano y sonrió. — Siempre dices lo mismo. Cada vez que una investigación se complica, justo en el ecuador, afirmas que ya no puedes más o que no vas a ser capaz de resolverlo.
— ¡Eso no es cierto!
La mujer arqueó las cejas antes de soltar una carcajada. — ¿Recuerdas cuando quisiste abandonar el caso del asesinato de aquellos niños? ¿Y el robo de aquellas joyas a las que parecía habérselas tragado la tierra? ¡Los resolviste!
—Supongo que tuve suerte —Suspiró pensativo.
—Utilizaste tu instinto o ese don natural que tienes o que se yo… La conclusión es que esta vez será igual. Estoy segura. Hoy necesitas descansar y mañana lo verás todo con otros ojos.
  Aquella noche no pudo dormir. Al contrario de lo que opinaba su mujer, él no tenía un don. Tal vez algo de intuición, pero no más. Si había resuelto aquellos casos en el pasado, gracias a los que había logrado considerables ascensos, fue debido a la utilización métodos poco ortodoxos. No estaba orgulloso, pero él creía en la justicia. Creía que cada cual debe pagar por sus pecados y, basándose en este principio, se había llegado a convencer de que el fin justifica los medios. Marieta no le conocía bien, sonrió en la oscuridad con amargura. Es verdad que era afable y paciente con las víctimas y siempre intentaba utilizar el razonamiento y la relación de hechos para esclarecer las complejas situaciones que en ocasiones se le presentaban pero, cuando todo esto fallaba optaba por saltarse leyes y procedimientos y tomarse la justica por su mano. “Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer” y así, a base de violencia y sobornos indagaba en la vida de sus sospechosos. Ninguno le delataría jamás pues todos temen no solo por su vida, sino por la seguridad de sus familias.


 Su astucia y sangre fría, fue lo que le ayudó a sobrevivir en la guerra y también pensó, lo que le ayudaría a resolver el entuerto de Luisa Suárez.