lunes, 8 de febrero de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 24

Dos años antes, 1943.
   Juan volvía  a casa por el verano, pero aquella vez era diferente. Había terminado la universidad y tenía grandes planes para su futuro o, por lo menos para un futuro muy  inmediato.
 Los tíos habían decidido pasar otra temporada con ellos a regañadientes de su padre. La relación que tenían con éste cada vez iba a peor. No solo lo habían persuadido — cosa que era francamente difícil — para enviar a su hija a estudiar al extranjero, sino que haciendo caso omiso a sus opiniones, la novela de Luisa saldría a la luz muy pronto. No le gustaba la chica y mucho menos el libro en cuestión, lo consideraba una ofensa personal hacia sí mismo a pesar de que su cuñado lo tachara de egocéntrico. Y luego estaba su hijo, que parecía no tener ojos para otra cosa que no fuera esa mujer y todo lo que tuviera que ver con ella. Juraría que el chico estaba obsesionado. De lo que Fernando no se daba cuenta es que esa obsesión no era ni la mitad de grande que su odio hacia la chica.
— ¡Si al menos fuera una mujer como es debido!
— ¿Qué friegue y cocine?¿Que sólo piense en vestidos? ¿Qué no se pueda mantener con ella una conversación que no sea más que meramente banal? Lo siento padre, pero yo aspiro a algo más de lo que tú me ofreces.
Aquella frase había ofendido al hombre en lo más profundo de su ser. — ¡Un respeto hacia tu madre! — Le había gritado.
—Con eso me lo dices todo…— murmuró.
Aquella fue la última conversación que habían tenido antes de que Juan se marchara tras las vacaciones de Navidad. En los meses siguientes había tenido mucho tiempo para pensar sobre su vida y sobre el hecho de que algún día tendría que hacerse mayor y plantarle cara a su padre. Y, tras mucho meditar, había tomado una decisión.
  Llevaba la llave de su libertad en el bolsillo de la chaqueta cuando ese día fue a ver a Luisa. Había llegado de su viaje la noche antes y esperaba encontrársela a la salida de la iglesia como todos los domingos.
  Y ver, la vio.
  Pero su corazón se rompió en mil pedazos al contemplar como otro hombre la cogía del brazo. Estaban con los padres y la hermana de ella y todos charlaban alegremente. No parecían percatarse de su presencia. Contempló al tipo que la miraba de una forma posesiva y no pudo más que sentir repugnancia al ver que se trataba de Alejandro Ramos, aquel que tanto la había despreciado cuando eran jóvenes. No sabría decir si la chica parecía feliz porque no se le veía demasiado bien la cara pero, conociéndola como la conocía, si no hubiera querido estar con ese hombre, no lo hubiera hecho.
—Están prometidos — dijo Paloma en voz bajita poniendo una mano en el hombro de su hijo que miraba al grupo desolado.
— ¿Por qué nadie me lo había dicho?
—Todos sabíamos lo importante que era para ti tener un buen rendimiento académico ésta temporada. Pensaba que ella te lo había contado pero veo que, como nosotros, no quería distraerte.
 De pronto la chica giró la cabeza y contempló a Juan. Sus miradas se cruzaron un momento. La de él reflejaba una profunda tristeza. Ella parecía impasible.  Se acercaron a saludarse cordialmente. Luisa le felicitó por sus buenas notas y por ser oficialmente titulado por una de las universidades más prestigiosas del extranjero. Juan le preguntó por su recién estrenado trabajo como ayudante en la escuela mientras observaba alguna mínima señal en ella que le dijera que todo aquello era mentira. Que no se casaría con ese indeseable.
El futuro marido no tardó en aparecer. Le pasó el brazo por encima de los hombros a su prometida y con una voz arrogante le habló a Juan.
— ¿Te han dado ya la buena noticia?
—No sabía que hubiera ninguna buena noticia — respondió. Vio como en el rostro de Luisa se dibujaba una media sonrisa avergonzada.
— ¡Nos casamos! — dijo apretando a ésta contra sí.
— ¿Quiénes?
— ¡Pues Luisa y yo! ¿Quién va ser? Mira, el titulado…
— Ah, pues, enhorabuena. Espero que seáis muy felices. Estoy seguro de que serás un compañero excelente para Luisa, conocedor de los grandes maestros literarios y de las complejas teorías físicas y matemáticas que explican cómo se ha creado el universo. Además de…
—Sí, sí, yo sé todo eso y más — mintió Alejandro que no era un hombre especialmente espabilado, por no decir que apenas sabía sumar.
—Podremos invitar a Juan a cenar a casa los domingos ¿Verdad cariño? — Dijo Luisa mirando fijamente a Juan.
—Será perfecto — respondió éste aceptando la invitación ante la perplejidad de Alejandro. — Hablaremos sobre la floreciente economía del país y sobre el estado de la bolsa y los mercados financieros. Quizá, tu futuro marido, que todos sabemos es un gran hombre de negocios y si no, mira lo bien que funciona la pescadería de su padre — el verdadero trabajo de éste, era colocar las cajas en los estantes —  podría aconsejarme sobre qué o cuantas acciones debería comprar nuestra modesta empresa para que nos vaya tan bien en los negocios como a él.
  La chica se rió ante la mirada furiosa de Alejandro.
—Puedes burlarte de mí, pero yo tengo lo que ni tú ni tu empresa podéis comprar y lo que tú más quieres. — Señaló a Luisa, quien miró a su amigo triste al comprobar que aquel comentario en verdad  le había herido.
 Sin decir ni una palabra, Juan dio media vuelta y se fue. Llegó hasta donde estaba su madre y juntos emprendieron el camino a casa.
— ¿No crees que has sido muy injusto con ese pobre chico? — dijo Paloma, quien había oído la conversación.
— ¿Por qué lo dices?
—No todos los jóvenes tienen la suerte de tener el poder que tú tienes. A él no le enseñaron a leer o a comportarse como a ti. Nadie le explicó que hay infinidad de cosas que aprender y mil formas de soñar.
— Es mala persona. Sólo necesito saber eso.
—Lo que tiene de malo es que se ha llevado a la mujer que tú quieres. Reconoce que por muy perfecto que sea el hombre que Luisa elija para casarse, nunca lo aprobarás. A no ser, que seas tú mismo, claro.
—Puede ser. Pero éste especialmente, no me gusta. No nos traerá nada bueno.
— ¿No nos traerá?
—A ella, quiero decir.

—Ya... a ella.


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