A Juan no le quedó más remedio que confesar a Luisa que
había dejado el libro a sus tíos. Por fortuna la chica se alegró al escuchar el
entusiasmo que Miguel y Pilar habían mostrado hacia la novela y que querían
conocerla. Así fue como la joven fue invitada a comer con la familia Villanueva
al completo y, para sorpresa de Juan, aceptó.
—No hagas caso de lo que diga mi padre — Advirtió — Odia a
todos los que no son como él.
—Descuida, — respondió tranquila — tal vez tu padre y yo seamos más parecidos de
lo que él piensa.
En aquella velada,
Luisa terminó sentada entre su amigo y el padre de éste, quien presidía la
mesa. En frente Cecilia, Pilar y Paloma, la madre del chico. Y ocupando el otro
puesto presidencial, estaba Miguel.
La chica se había
puesto su mejor vestido para la ocasión, pero no podía evitar sentirse un tanto
cohibida por la notable diferencia que existía entre su familia y aquella con
la que compartía mesa ese día. A pesar de sus exquisitos modales inculcados
meticulosamente por su madre, Fernando
Villanueva la miraba con desaprobación. Posiblemente, pensó, él no estaba
especialmente de acuerdo en que fuera invitada aquel día.
—Y bien Luisa ¿Puedes decirme a qué se dedican tus padres?
—Claro — respondió ésta — Mi padre es pescador y mi madre
cocina para “El Campanario”, ya sabe usted, el mejor restaurante de los
alrededores.
—Permítame que discrepe, pero me parece una osadía por tu
parte afirmar que ese es el mejor restaurante. — Se empezaba a formar un
ambiente de tensión en la mesa. Juan miraba con rabia a su padre.
—No creo que sea una osadía señor. Simplemente le estoy
remitiendo los datos de las críticas culinarias publicadas en los periódicos
esta última semana.
Al cabeza de familia no le gustaba que le llevasen la
contraria ni mucho menos perder en las discusiones.
— ¿Es cierto que tienes una hermana? — preguntó la madre de
Juan con la intención de cambiar de tema y evitar que su marido iniciase una
discusión.
—Sí. Tengo una hermana menor llamada Andrea.
— ¿También escribe? — Preguntó Pilar.
—No. La verdad es que somos muy diferentes. Ella se dedica a
aprender a hacer sus labores y prepararse para un buen matrimonio.
— ¡Como debería de ser! — Interrumpió Fernando.
Luisa iba a decir
algo pero se contuvo. Sabía que en aquella casa, por lo menos aparentemente,
tenía todas las de salir perdiendo. Escucharon al hombre y su retahíla se
argumentos acerca del valor de una buena esposa y la importancia que su papel
de ama de casa y madre de sus hijos tenía para la sociedad. Miguel, simplemente
comía, como si la cosa no fuera con él. Paloma, miraba hacia su plato con
disgusto y algo de vergüenza, mientras que Pilar miraba desafiante a su cuñado
dispuesta a rebatirle hasta la última palabra a pesar de saber que nunca le
haría entrar en razón. Por su parte, las dos más jóvenes intercambiaron una
profunda mirar de comprensión. Parecía que a pesar de ser tan diferentes,
tenían en común mucho más de lo que hubieran imaginado. Por último Juan,
cargado de rabia, pensó por primera vez en su vida que, de alguna forma,
lograría hacer que su padre se tragase todas sus palabras. Por debajo de la
mesa y sin que nadie se percatase, le cogió la mano a Luisa y se la apretó
fuerte. Algún día la llevaría hasta lo más alto, costase lo que costase, y
jamás la dejaría caer.
Una vez que el
señor Villanueva hubo abandonado la mesa, el ambiente se volvió más distendido
y la chica se sintió mucho más cómoda de lo que hubiera imaginado. Resulta que,
al fin y al cabo en todas las familias se acaba hablando de lo mismo: de los
últimos cotilleos del pueblo, de los nuevos productos del mercado o de los planes
para el fin de semana siguiente. La velada pasó rápidamente y cuando se quiso
dar cuenta, se había quedado sola con Juan y sus tíos.
—Nos ha encantado tu novela, Luisa — empezó diciendo Pilar. — ¿Es lo primero que
escribes?
—Sí, es mi primer relato largo.
—Hemos estado pensando y hemos hablado con mi sobrino y creo
que podremos logar que le lo publiquen — continuó Miguel. — Con
tu nombre en la portada — Sonrió.
— ¡Eso es fantástico! — Exclamó Luisa mirando a Juan, quien
le dirigió una media sonrisa.
—Pero hay un problema — interrumpió Pilar. — Debido a su
argumento, ese libro podría perjudicar a toda la compañía Villanueva al menos
de una forma indirecta. Si quieres mi opinión, creo que esta es una gran
oportunidad para ti y si fuera yo, seguiría adelante porque lo que has escrito es una obra de arte y puede ser
que no vuelvas a tener otra posibilidad de que vea la luz.
Luisa asintió nerviosa.
— Yo no busco perjudicar a la compañía. Ustedes lo saben. No veo por qué
este libro puede hacerle el mínimo daño a una empresa tan poderosa.
—Porque quién está a la cabeza es mi padre. — Contestó Juan
— y cualquier cosa que pueda alterar mínimamente su entorno, la destruirá.
—Soy alguien insignificante al lado de tu padre.
—Pero podrías convertirte en una mujer muy poderosa. Quizá
no de repente, pero sí en unos años siempre y cuando tengas a alguien que te
asesore como Dios manda. — dijo la mujer.
—Y esos somos nosotros.
Juan miró con orgullo a su tío. Habían sido muy generosos.
Financiarían la publicación y asesorarían a Luisa sin ningún tipo de
contraprestación, simplemente, como decía Pilar, porque ya iba siendo hora de
que las mujeres demostrasen su talento.
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