lunes, 4 de enero de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 19

    A la mañana siguiente, la claridad invadía la habitación. Un rayo de sol despertó a Juan de su sueño. Se tapó la cabeza con la sábana intentado vislumbrar de nuevo las imágenes y fascinantes historias que le habían acompañado durante la noche. Le resultó imposible volver a dormirse. Recordó la narración escrita por Luisa y su primer pensamiento fue que aquello tenía que ser publicado y llevar el nombre de la chica en la portada, con letras bien grandes, tal vez en color dorado y con un aspecto llamativo, fantaseó. Ella no merecía menos. La obra era de tal calibre que sería una falta de respeto hacia su creadora que llevase una firma que no fuera la suya. Por otra parte era consciente de que su argumento podría levantar una fuerte polémica que tal vez pudiese comprometer a ambos. Calibró durante un instante los riesgos y, sonriendo, decidió que había que darle algo de emoción a la vida, aunque primero, deberían contar con un buen asesoramiento.

  Aquel verano de 1943 los tíos Miguel y Pilar habían ido a pasar una temporada con sus parientes. Pilar era la hermana de Fernando. Se alojaban en la enorme casa de la familia Villanueva y todos estaban encantados de tenerlos por allí. Eran un matrimonio afable y que solía estar de buen humor, muy distinto a sus cuñados. Por eso Juan y Cecilia siempre estaban encantados con sus visitas.
  Pilar era una mujer joven, muy culta y que había viajado a lo largo y ancho del globo, acompañada por su marido, quien la trataba como a un igual. Juntos se hacían cargo de sus negocios y probablemente aquel era el secreto a voces de su éxito, admirado y rechazado a partes iguales. Cecilia adoraba a su tía. Además de traerle siempre cientos de vestidos y complementos de sus viajes, cosa que a toda chica que se precie le encanta, adoraba sus discusiones y coloquios. Ese verano la mujer le había prometido que intentaría hablar con su padre acerca de la posibilidad de dejarle estudiar.
—Muchísimas gracias tía, no sabes lo feliz que me haces – le decía la joven entusiasmada.
—Hablaré con él Cecilia, pero sabes que la decisión última es suya. Aunque quizá tu tío Miguel pueda colaborar un poco — rió.
—Ojalá lo logréis. Poder estar a la cabeza de Metales Villanueva es lo que más quiero en el mundo. Trabajaría muy duro por el bien de la empresa. No entiendo por qué mi padre no me ve capaz. Piensa que soy débil y yo siento que estoy mucho más capacitada que el blandengue de mi hermano.
— Tu hermano no es un blandengue — dijo Pilar risueña —, simplemente no quiere las mismas cosas que tú.  Es muy fuerte a su manera. Sigue soportando las órdenes de vuestro padre por el bien de la familia y no ha podido estudiar medicina, que es lo que realmente él hubiera querido. Has de entender que eso le duele y le desgasta mucho más de lo que puedas imaginar.
—La verdad, no sé cuánto tiempo va a aguantar así.
— ¿Por qué lo dices?
— Creo que está muy influenciado por su amiga — dijo poniendo especial énfasis en esta última palabra — Luisa Suárez.
— ¿Te refieres a esa niña que conoció cuando tenían doce años?
—Ahora ya no es una niña y, creo que es bastante lista.
—Me encantará conocerla, entonces. Así podré formar mi propia opinión sobre ella — murmuró.

   El tío Miguel estaba sentado en una butaca de mimbre leyendo el periódico en la terraza de la casa, cuando vio a su sobrino aparecer y sentarse junto a él.
—Tío, necesito tu ayuda.
El hombre cerró el periódico y le miró atentamente a través de sus gafas — Tú dirás.
— ¿Sigues teniendo negocios con aquella editorial…?
— ¿“Palabras encadenadas”?
—Sí, esa.
—Sí, de vez en cuando hacemos algunas colaboraciones. Les he conseguido una serie de empleados bastante competentes y guardo muy buena relación con el editor. ¿Por qué lo preguntas?
— Tengo una amiga. Ha escrito una novela fantástica pero por sus propios medios no puede publicarla. Le he ofrecido sacarla a la luz con mi propio nombre, pero creo que no le haría ninguna gracia a mi padre y todos podríamos salir muy perjudicados.
— ¿Una amiga? Tendría que leer esa novela. Querido Juan, no dejes que el amor te ciegue.
El chico suspiró algo sonrojado. — Soy objetivo. He leído cientos de cosas e incluso más escritos de ella y ninguno se compara a esto.
—Haremos una cosa. Déjame echarle un vistazo y te daré mi opinión.
   Juan pasó el resto de la tarde y parte el día siguiente observando satisfecho como su tío parecía devorar la novela con las mismas ansias que lo había hecho él la noche antes. No era un libro especialmente grueso y el hombre a falta de una, lo repasó dos veces.
— ¿Y bien? — preguntó el chico impaciente.
—Es fantástica. Perfecta. Sólo habría que corregir alguna que otra errata.
—Entonces ¿Crees que tenemos posibilidades de publicarla?
—Ese es un tema diferente. Me gustaría conocer a tu amiga. Deberías invitarla a comer este domingo.
— ¿A nuestra casa? ¿Con mi padre? Ni hablar. Él la humillaría.
—Los comentarios ofensivos de tu padre en una pequeña reunión familiar, sería lo menor que tenga que soportar. Esa chica ha de ser fuerte si lo que realmente quiere es dedicarse a escribir.
— ¿Fuerte? ¡Ha sobrevivido a una guerra!

—Pues ahora deberá empezar otra. La suya propia.


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