lunes, 28 de septiembre de 2015

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 5

Juan Villanueva miró por la ventana y lanzó un enorme suspiro. Solo eran las doce y media de la mañana y parecía llevar trabajando muchas horas. El tiempo se ralentizaba en aquel despacho. Le hubiera gustado poder salir a dar un paseo y que el sol y el aire le despejaran un poco, pero sabía que su padre estaría vigilándole desde su propia oficina, como un halcón que observa para captar el mínimo descuido de su presa. Se levantó de la silla y desde las alturas observó su mesa llena de hojas cubiertas de gráficos y esquemas. Todas ellas llevaban el anagrama de la empresa familiar: una eme elegantemente entrelazada a una uve, símbolo de «Metales Villanueva».
Odiaba ese anagrama. También odiaba su trabajo y podría decirse que casi hasta a su padre, pero se sentía como un pajarillo en una jaula. A pesar de ser ya todo un hombre, o casi, se veía como una marioneta que bailaba según su progenitor movía los hilos. Igual que su madre y su hermana, relegado a la misma condición, pensaba con frustración. No quería ser el director de una gran empresa. No tenía madera de empresario. Detestaba los números, las cuentas, los cálculos. No quería que una enorme compañía dependiera de él.
Su abuelo, Fernando Villanueva primero, había levantado aquella metalúrgica piedra a piedra con sus propias manos o, al menos, eso le había contado su padre, quien también había sido educado para ser el gran jefe que en la actualidad era. Pero éste amaba su trabajo. Disfrutaba cuando su empresa despuntaba y se deslomaba para salir adelante cuando las cosas se ponían feas.
Gracias a «Metales Villanueva» la pequeña villa en la que vivían había ido creciendo y convirtiéndose en un lugar mucho más próspero. La empresa a duras penas había sobrevivido a la guerra y, a pesar de las precarias condiciones en que aún se encontraba el país, obreros e ingenieros de muchos lugares comenzaban a llegar favoreciendo poco a poco el comercio, la creación de viviendas y las tasas demográficas. Era lo mejor que le había pasado a aquel lugar y por ello, su familia una de las más importantes y respetadas.
Aquellos años turbulentos le habían costado a Fernando Villanueva mucho dinero, la salud y casi hasta la vida. Con grandes esfuerzos había conseguido que la empresa redujera su producción pero sin dejar de funcionar, a fin de cuentas tristemente el metal es uno de los elementos fundamentales para la construcción de prácticamente todas las máquinas de matar.
— ¡Esto no es una fábrica de armas! — había discutido acaloradamente con un importante hombre de negocios, subordinado directo de uno de los caudillos al mando de uno de los bandos en que se dividía el país —. Fundiremos el metal, pero no fabricaremos la munición.
—Fernando ¿Está usted rechazando esta oferta de trabajo por cuestiones morales? ¿Le parece que es momento de hablar sobre moralidad? — había reído el hombre acariciando su bigote perfectamente recortado.
—Me parece que toda ocasión es buena para hablar sobre la moral. No seré yo quien fabrique las balas con las que asesinaréis a miles de hombres. Tampoco tengo maquinaria para construirlas ni intención de adquirirla.
— Quizá sea sobre su pecho donde impacte la primera bala — respondió con frialdad —. No se olvide que la suya no es la única metalurgia del país.
—Pero es la única que cuenta con sus principales instalaciones intactas. Las bombas no nos han alcanzado aún. Si usted contratase a otras fábricas tendría que esperar a que reparen los destrozos y eso no solo será muy caro, sino que le supondrá una gran pérdida de tiempo.
—Entonces ¿Acepta usted mi oferta?
—Creo, señor Arena, que no lo ha entendido bien. La pregunta es ¿Acepta usted la mía?
Fernando había necesitado tiempo para sobreponerse de aquella reunión. Había conseguido su propósito y así, ganado su propia batalla durante la guerra. Sabía que las armas se fabricarían igual, pero si contrataban a una segunda empresa, estarían dando trabajo a unos cientos de hombres más, ofreciéndoles la oportunidad de que, al menos, su familia no muriera de inanición. 


Juan sabía ciertas cosas acerca de su padre. Sabía que era un buen hombre y el gran papel que había realizado en los últimos años. Sabía que quería lo mejor para él, con independencia del egoísmo de su propia satisfacción personal al ver como el legado familiar continuaba en manos de su hijo. Y también sabía que sería casi imposible que diera su brazo a torcer; después de haber derrotado a expertos negociantes, su hijo sería despachado en menos de cinco minutos.
Había intentado razonar con su progenitor cuando tuvo edad de entrar en la universidad. Trató de convencerle para que le dejase estudiar otra cosa, casi cualquier otra, que no fuera una ingeniería o algo relacionado con el mundo empresarial.
—No digas tonterías hijo — había dicho el hombre —, ¿Qué harás si no? Te formarás en el extranjero y cuando estos tiempos de turbulencias se calmen, volverás y ocuparás mi lugar.
No había tenido tiempo de contestar. Con una sonora carcajada por parte del padre había sido despedido. Un tiempo después y justo antes de comenzar sus estudios en la universidad, intentó negarse a ir. Entonces no hubo risas.
— ¡Apenas has pasado hambre durante la guerra! — había exclamado el hombre —. Te has librado de que te llamaran a filas gracias a mí. Habrías muerto en combate en el primer asalto ¡Te he salvado la vida! Y, ahora te ofrezco la oportunidad de estudiar, una oportunidad por la que muchos matarían ¿Y la desprecias?
— ¡Quiero ser el dueño de mi propia vida!
— ¡No quiero ni oír una sola queja, una sola protesta! Te irás a esa facultad y cuando vuelvas serás un hombre. Serás ingeniero y me sucederás en este negocio.
—Pero…
— Eres un crío y no sabes lo que quieres. Te aseguro que acabarás dándome la razón. O, por lo menos, las gracias por proporcionarte la seguridad de que aprenderás a trabajar para mantener el nivel de vida que te hemos proporcionado hasta ahora.
Y así, Juan fue a la universidad y volvió. Era casi un hombre y era ingeniero. También tenía todas las papeletas para heredar el cargo de director de la empresa pero seguía sin ser lo que él realmente quería.

viernes, 25 de septiembre de 2015

CARTAS PARA JUAN. Próximamente...

EN EL CAPÍTULO 5...

 
 
Acompañaremos al inspector Sierra en los siguientes pasos de su investigación.
Conoceremos la opinión que una persona tenía sobre Luisa.
Descubriremos... una nueva pista.

 

 
 

martes, 22 de septiembre de 2015

PREMIO LIEBSTER AWARD

¡Muchas gracias a UNA, DOS Y TRES... por nominarme a LIEBSTER AWARD!

 
                                                            

 

 Y ¡Muchas gracias a ONCE UNPON A SHANGRILA, por nominarme una segunda vez !!

 
 
 
 
Me hace mucha ilusión y responderé a las preguntas pero antes....       
 
                                                      REGLAS

                               - Agradecer y seguir al blog que te ha nominado
                      - Responder a las 11 preguntas que te han hecho
                   - Nominar a 11 blogs que tengan menos de 200 seguidores
                        - Avisarles que han sido nominados
                        - Realizar 11 preguntas a los blogs que has nominado

 


Las preguntas de Una, dos y tres son:
 
1. Además de leer, ¿escribes?
    ¡Por supuesto! Escribo mucho, muchísimo. Todos los días desde hace años. En libros, libretas, apuntes, sección de notas del teléfono móvil... A ser escritor se aprende escribiendo.
 
2.Nombre un libro que te decepcionó.
     El Alquimista, de Paulo Cohelo.
     Oí hablar tanto de él que esperaba más. Tal vez algún día le vuelva a dar otra oportunidad.
 
3.Si fueras un personaje de un libro, ¿Cuál serías?
     Alguno de las novelas de Nicolás Barreau. Siempre ambientadas en París y con historias divertidas que dejan buen sabor de boca.
 
4. Si escribieras un libro de tu vida, ¿Cómo lo titularías?
   "No quise quedarme con el "¿Y si? "
    Es mejor intentarlo ¿No? :)
   
5.¿Qué género literario no has leído nunca?
     Creo que los he leído todos :D
 
6.Si solo pudieras leer un libro el resto de tu vida, ¿Cuál sería?
    Los Pilares de la Tierra. Me gustó mucho y es muy largo. Así podría leerlo varias veces sin aburrirme.
 
7. Nombra cinco personajes femeninos que admires o te gusten
    (1) Elisabeth Bennet de Orgullo y Prejuicio.
    (2) Bella de La Bella y la Bestia
    (3) Hermione Granger de Harry Potter
    (4) Scherezade de Las mil y una noches
    (5) Daenerys Targaryen, de Juego de Tronos, G.R.R Martin
 
8. ¿Por qué decidiste abrirte un blog?
     Para conocer de primera mano la opinión que personas que no me conocen tienen sobre lo que escribo y para saber si les gusta.
   
9. Si empiezas a leer un libro, ¿lo terminas siempre?
     Por lo general sí, pero si no me gusta lo dejo sin reparos.
 
10.¿Te gusta leer varios libros a la vez?
     Sí. Leo uno u otro según mi estado de ánimo.
     No todos los días apetecen historias románticas, de aventuras, terror.
 
11. ¿Con qué personaje de un libro te casarías?
     Con ninguno, la realidad siempre supera a la ficción :D
 
 
¡Estos son los blogs a los que nomino en primera convocatoria!
 
El chino de abajo.
Atrapado en las mil y una historias.
Cloudy Evenings.
Las golondrinas azules.
Caminando entre libros.
Amor por los libros.
Entrevistas, reseñas, libros y ¡Mi mundo!
Obsesión literaria.

 
 

 Las preguntas de ONCE UPON A SHANGRILA son:
(1) ¿Con qué libro te enamoraste de la lectura?
       Cuando era pequeña no me gustaba naaada, naaada leer. Probablemente porque lo asociaba con los libros horrorosos y obligatorios que luego teníamos que resumir para el colegio. Hasta que un verano leí "Los Cinco tras el pasadizo secreto" y desde entonces no he parado.

(2) Top 5 de personajes masculinos favoritos.
     (1)Kvothe, de El nombre del viento, de Patrick Rufus.
     (2)Publio Cornelio Escipion de Africanus, de Santiago Posteguillo.
     (3)Tyrion Lanniester, de Juego de Tronos, de G.R.R. Martin.
     
    Se queda en un top 3 :)
 
(3) Top 5 de personajes femeninos favoritos.
    (1) Elisabeth Bennet de Orgullo y Prejuicio.
    (2) Bella de La Bella y la Bestia
    (3) Hermione Granger de Harry Potter
    (4) Scherezade de Las mil y una noches
    (5) Daenerys Targaryen, de Juego de Tronos, G.R.R Martin
 
(4) Último libro que leíste ¿De qué género fue y lo recomendarías?
      "En los zapatos de Valeria" de Elisabet Benavent.  Podría decirse que no es una comedia romántica al uso. Lo leí porque alguien me lo recomendó y me he reído muchísimo, así que sí, lo recomiendo!!!

(5) Pareja literaria favorita ¿De qué libro es?
        Frodo Bolsón y Sam Gamyi, que nos han regalado tres libros de aventuras por un anillo :D
     
(6) ¿Prefieres un libro ambientado en high school o college? ¿por qué?

        En College. El High School me queda un poco lejos ya... jaja

(7) Contemporáneo, New adult o Young adult que leíste y te encantó.
         "La ridícula idea de no volver a vete" de Rosa Montero.
           Un abierto homenaje a las mujeres que como Marie Curie se han enfrentado a su entorno por llevar adelante aquello en lo que creían en una sociedad que las ignoraba por su condición femenina.
           Me gustó muchísimo y lo recomiendo.
      
(8) Bucket list o cosas que deseas hacer antes de morir. Nombra 5.

         Viajar a todos los continentes.
          Publicar un libro.
          Hacer el camino de Santiago.
          Actuar de extra en una película.
          La quinta me la tengo que pensar...
        
(9) ¿Qué carrera te gustaría estudiar? ¿por qué?

       Ya he estudiado una, Derecho. Y aunque en mis planes más próximos no entra matricularme en otra, en un futuro sí que me gustaría estudiar Literatura o historia.

(10) Si escribieras una novela ¿de qué género sería y cuál sería la temática central?

       Escribo una. es de misterio y la podéis leer en el Blog. Se titula CARTAS PARA JUAN.

(11) Autor/a favorito/a ¿por qué?

        Es difícil quedarse con uno. Me gusta Ken Follet por lo largas y bien documentadas que son sus novelas. También Nicolás Barreau, Patrick Rufus, Javier Ruescas, Santiago Posteguillo, Rosa Montero...
 
 
¡Blogs que voy nominando en segunda convocatoria!
 
¿Dónde está mi lápiz?
 

Y mis preguntas son...
(1) Si pudieras conocer a un personaje literario ¿Cuál sería?
(2) Cuéntanos lo mejor y lo peor de tener un blog.
(3) ¿Leer o escribir? ¿Cuál eliges? (Es obligatorio, ¡No vale decir los dos!)
(4) ¿En qué país real o ficticio te gustaría vivir?
(5) ¿Cuál es el último libro que has leído?
(6) ¿Cuál fue el primer libro que leíste?
(7) Si pudieras cenar con un escritor ¿Quién sería?
(8) Y ¿Dónde le llevarías a cenar?
(9) ¿Cuál es tu género literario favorito?
(10) ¿A qué libro le cambiarías el final?
(11) Un libro que odies.
  
 
 
 

lunes, 21 de septiembre de 2015

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 4

Mientras leía los escritos de Luisa, pensaba en su hija. Aunque se parecía mucho a él, no tenía una mente tan despierta y ni si quiera solía interesarse por las cosas que le contaba. En eso no se parecía a su mujer. En cambio Carlos, su primogénito, quién había partido a las milicias hacía unos meses,  probablemente algún día le sucedería en su puesto y, quién sabe, quizá hasta podría superarle. Se enorgullecía de él y de la educación que le había dado desde niño. Le había enseñado a disparar, a no ser incauto frente a un arma pero también a empuñarla. Había insistido en formarle y aleccionarle para ser el cabeza de familia si algún día él faltara. Todo esto había sido una medida de precaución ante los peligros a los que su profesión le enfrentaba día tras día, pero cuando vino la guerra no le quedó más que confiar que este adiestramiento salvara la vida de su familia mientras él estaba ausente, y así había sido.
     Soñó con un tiempo sin fuego, ni hambre, donde los niños no supieran sobre racionamientos de comida, ni armas, más que por las historias lejanas que contasen los abuelos. Quizá después de todo, sus hijos, que también habían sufrido la crueldad de la guerra, aun tuvieran la oportunidad de un próspero porvenir.
     En medio de sus ensoñaciones recogió del suelo otro de los montones de papeles, traídos de la casa de la familia Suárez. Eran varias hojas atadas con una cuerda. Tenían un papel fuerte y una caligrafía muy cuidada. Había una nota que rezaba «Para Juan». Las observó detenidamente durante largo rato. Levantó la vista justo cuando Gonzalo entraba por la puerta para traerle un café bien caliente.
—Tengo la impresión de que la muerte de Luisa no es algo accidental — comentó seriamente.
— ¿Quiere decir que alguien la arrojó por el precipicio? — Preguntó el joven con nerviosismo. Algo de café se derramó en el plato.
— Es posible. De lo que no estoy seguro es de si ese alguien lo hizo específicamente para matarla con la caída o para encubrir otro delito.
— De ser así, nos encontraríamos ante un caso de una envergadura mayor de la que esperábamos.
— Es cierto. — suspiró removiendo el café. Dio un sorbo. Estaba amargo. «Como la vida» pensó —  Me comentabas hace unos días que buscabas una razón para que te ascendieran ¿Verdad? Pues creo que aquí la tienes. Ayúdame a encontrar al asesino e intentaré que te asciendan.
—Es un buen trato — Sonrió. Tras guardar silencio durante unos instantes añadió — ¿Qué le hace sospechar que haya un asesino, inspector?
—Esto — respondió alzando el taco de hojas que acababa de revisar. Las dejó caer sobre la mesa causando un ruido sordo.



lunes, 14 de septiembre de 2015

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 3

El sol brillaba en lo alto cuando los dos hombres abandonaron el domicilio de Luisa Suárez. Caminaban ahora silenciosos con dirección a la comisaría, sumidos en sus pensamientos.  Gonzalo cargaba con unos cuantos paquetes de hojas que habían tomado de la habitación de la joven por si pudieran contener alguna de pista que les fuera de utilidad. Parecía más relajado después de abandonar el barrio pesquero y a punto había estado de ponerse a silbar una canción. Su buen humor a menudo contagiaba al del inspector pero las de aquel momento no eran circunstancias muy propicias para canciones.
   Sierra, apoyado en su bastón y caminando con dificultad, pensó en aquella familia destrozada. Durante la guerra había visto a cientos de hombres fuertes llorar, llorar de dolor o por la pérdida de algún amigo o familiar. « ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?» era la pregunta que millones de españoles se hacían ante la guerra, siempre la misma, pero no había respuesta. Juraría que nunca podría llegar a acostumbrarse a aquella imagen: a la del duelo, a la de la infamia y la desesperación. La desesperanza de verse privados de los sueños. Volvió a centrar sus pensamientos en el presente. Debía de haber sido terrible para aquel padre ver a su hija flotando en medio de las aguas, como un saco sin vida. José. Su cara le resultaba terriblemente familiar. Quizá hubieran combatido en el mismo bando, pero los años en el frente le habían parecido siglos. Había conocido a tantos amigos y había perdido a tantos otros que, ante un mare-magnum de recuerdos, le era imposible ubicar a todos los rostros con lo que se había cruzado. De hecho, tenía serias lagunas de su estancia en combate. Intuía que había estado en la cárcel, sabía con certeza que había matado y había salvado, pero no sabía ni a quién, ni dónde, ni en qué circunstancias. Secuelas postraumáticas, le había dicho un doctor y tal vez era mejor así. Los pocos recuerdos que conservaba con nitidez se clavaban en su pecho y vivía con miedo a que, de repente, le bombardeasen todos aquellos que creía olvidados.  Pero aquel hombre… en cuanto le vio tuvo un pálpito. Volvería a hablar con él en los próximos días, cuando estuviera más sereno le preguntaría si habrían coincidido en algún lugar con anterioridad.
   Una vez sentando en su pequeño despacho comenzó a organizar la investigación.  Ordenó al cuerpo de policía realizar una búsqueda minuciosa por los alrededores, por el pequeño sendero que conducía a las afueras de la villa y al acantilado, también por la zona de la ría. Llevarían consigo a los perros, preguntarían a todos los vecinos, a los transportistas y a los dueños de los comercios. ¿Por qué habría ido Luisa a la zona del acantilado? ¿Habría llegado hasta allí por voluntad propia, o alguien la habría obligado? Tal vez, debido a la escasa luz de sol de los días de Enero, se habría perdido en la noche y caído por el precipicio. Algo similar le había pasado hacía unos meses a un niño de nueve años. Todo el mundo se había movilizado pensado que aquello sería una tragedia cuando, al cabo de un día y medio, lo encontraron con hambre y muy asustado poco antes de entrar en el bosque. El terreno había cedido  por culpa de unas obras recientes creando un foso de unos metros de profundidad del que no había podido salir debido a su pequeña estatura.
  Pero Luisa no tenía nueve años, tenía veinticuatro, y no se había caído por un pequeño foso, sino por un barranco.


    Cuando todos sus agentes hubieron comenzado sus quehaceres, el inspector Sierra se dispuso a realizar su propia labor: se encargaría de otro tipo de investigación. Revisaría todos los papeles de aquella escritora. Se habían llevado cientos de hojas que descansaban en el escritorio o que se esparcían por la estancia. Tal vez en alguna de ellas encontraría una razón que justificase por qué se habría despeñado, como parecían indicar los hechos. Se sentía algo cohibido y en cierto modo, un privilegiado por poder leer en primicia embriones de posibles futuras novelas. Nunca había sido un ávido lector, pero su curiosidad era grande. Había esquemas de tramas, descripciones de personajes o de parajes que jamás se hubiera imaginado. Pasó el resto del día y hasta bien entrada la noche leyendo cientos de comienzos y decenas de finales, hojas de frases sueltas que luego se relacionaban unas con otras en los textos. Todo estaba escrito con tinta negra y una caligrafía muy desigual pero con trazos infantiles, a veces en mayúsculas, con una letra enorme o diminuta. Unas parecían estar escritas apresuradamente y otras resultaba un placer leerlas. De lo que no cabía duda era que habían sido realizadas por la misma persona, igualmente, decidió que lo consultaría con los expertos calígrafos para cerciorarse. Le resultaba increíble como de la mente de aquella chica podían salir tantas ideas y tan distintas. Es más, lo que le parecía increíble era que de la cabeza de una mujer pudieran salir proyectos que no estuvieran relacionados con la familia, el marido y poco más. A mediados de los años cuarenta, no se sentía un hombre especialmente atrasado pero pensaba que las mujeres deberían concentrarse en realizar las tareas de la casa y tener y cuidar a los hijos. Las tasas demográficas habían caído en picado en los últimos tiempos  y ¿Quién sino ellas podrían ponerle remedio?  Había que levantar el país y cada cual tenía su cometido y eso era algo que tanto él como Marieta habían inculcado a su propia niña. Con dieciséis años, Sara había aprendido a leer y a hacer las cuentas básicas para poder organizar la economía familiar en un futuro. Era una muchacha muy bella que había heredado los grandes ojos verdes de su madre. Le habían educado lo mejor posible dadas las circunstancias, pero como era aplicada y discreta, consideraba que no fuera a tener problemas para casarse, tal vez con un acaudalado médico, le gustaba imaginar. Pensó en Andrea, la hija de José, y en que posiblemente su matrimonio fuese lo mejor que podría haberle pasado a su familia.

viernes, 11 de septiembre de 2015

INICIATIVA SEAMOS SEGUIDORES

¡Vamos a ayudarnos entre bloggers!
Esto es muy fácil, consiste en que ustedes sigan mi blog y comenten esta entrada con el link a su blog y yo también los sigo. 
Después, ustedes se llevan esta imagen y esta explicación a una entrada en su blog para que otros bloggers los sigan y ustedes sigan a los que les comenten. 


lunes, 7 de septiembre de 2015

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 2

—Gracias por venir a estas horas inspector Sierra — Le recibió una mujer nada más cruzar el umbral del pequeño piso. Se trataba de la matriarca de la familia. Le calculó unos cuarenta años, vestía una blusa blanca de manga larga y una falda negra y zapatos sin tacón, cubría sus hombros con una gruesa toquilla de lana gris y escondía un arrugado pañuelo en el puño derecho. Sus ojeras delataban una noche en vela y los ojos hinchados un llanto contenido a duras penas. No era necesario ser muy perspicaz para comprender su desconsuelo. Mesaba su abundante y negro cabello con nerviosismo, el paso de los años y las penurias no habían conseguido menguar su belleza y se intuía en sus ojos una fuerza propia de las mujeres que saben que no hay límites cuando se trata de proteger a los suyos. — ¿Puedo ofrecerles algo de beber?

El hombre negó con la cabeza, apenado. No importaban los años que llevase como policía o las desdichas vividas en el campo de batalla, jamás podría acostumbrarse y resultar impasible ante aquellas escenas de amargura. Una lágrima amenazaba con surcar  el rostro de la mujer, de nombre Mercedes, quien se esforzaba por mantener la compostura a toda costa. Su marido se encontraba sentado en un sillón al fondo de la estancia. Ni siquiera se había despojado de las vestiduras de faenar, solo las mojadas botas yacían en un rincón.  Lloraba tapándose la cara con las manos, solo se oían en la habitación sus hipidos mientras su otra hija, también desolada, le daba palmaditas en el hombro.

—Mi marido fue quien la encontró — explicó Mercedes —. Es pescador. Les relatará lo ocurrido en cuanto logre calmarse un poco. Ha sido muy duro para todos, pero él se ha llevado la peor parte. — El inspector asintió con comprensión y pidió permiso, mas por cortesía que por obligación, para visitar el cuarto de la desaparecida mientras su padre se sobreponía.

Abrieron con solemnidad la puerta de la habitación de la joven. No encontraron nada extraño en aquella diminuta estancia, cuyo mobiliario se reducía a una cama, una mesa y un armario. Todo estaba tal cual ella lo había dejado Quizá un poco más ordenado que de costumbre. Probablemente se atribuyera a que, según Mercedes, los lunes solía ser día de limpieza en aquella casa. Cientos de libros y papeles se apilaban ordenadamente en la mesa y en montones repartidos por el suelo. Había manchas de tinta recientes sobre el pequeño escritorio. En el desgastado armario todos los vestidos estaban cuidadosamente colgados y nada parecía indicar que aquella chica no volvería nunca. El sol del amanecer entraba por la ventana de la habitación iluminando la escena  donde los dos hombres buscaban alguna prueba, alguna pista, algo que les indicase si estaban ante un verdadero crimen o un desgraciado accidente.

Luisa, ese era nombre de la desaparecida, era una chica joven y alegre, muy querida en los alrededores. Había comenzado a trabajar recientemente como ayudante en la escuela y compaginaba su tarea con su reciente y novedosa carrera como escritora, pues hacía poco más de un año que su primer libro había sido publicado. Aquello último sorprendió al hombre. No muchas mujeres tenían la iniciativa y mucho menos el valor de iniciar proyectos laborales en solitario sobre todo si no contaban con el respaldo de un marido y Luisa no estaba casada. Estaba claro que aquella chica no era común.

—No encuentro nada anormal en su cuarto — dijo después de hacer un análisis exhaustivo a la estancia. Meditó sobre estas últimas palabras pensando que ya de por sí era bastante extraño que la habitación de una chica de aquella época estuviera tan llena de libros y escritos, pero no lo comentó.

—Nuestra hija no es, no era — se corrigió Mercedes con amargura — como las demás jovencitas, como puede observar. Ella tenía otras… inquietudes — suspiró.

— ¿Echan algo en falta?

—En absoluto, todo está igual que siempre, tal cual ella lo dejó antes de salir de casa ayer por la tarde. — Gonzalo le acercó un retrato de la joven. Guardaba un gran parecido a su madre.

— ¿Habían tenido algún tipo de discusión antes de que Luisa abandonara ayer la casa? — preguntó Sierra volviendo al salón y observando que el padre parecía algo más sosegado.

— No, ninguna. Era muy feliz aquí — respondió el pescador intentando contener un sollozo —. No entiendo qué ha podido suceder.

El inspector suspiró — ¿Cree que se siente con fuerzas para contarnos qué fue lo que usted vio?

José, que así se llamaba, se sonó la nariz y comenzó su relato: — Mis compañeros y yo habíamos salido en nuestro pesquero, como cada atardecer a echar las redes, cuando vimos que algo flotaba a unos cuantos metros del barco. Al principio pensamos que sería algún tipo de pez perdido y muerto. Esas cosas a veces ocurren. — Tomó aire antes de continuar — Hasta que uno de mis compañeros aseguró que se trataba de un cuerpo humano.

— ¿Intentaron rescatarlo?

— Por supuesto. Hicimos todo lo posible — respondió el cabeza de familia — Pero la mar estaba demasiado revuelta y el oleaje no hacía más que alejar el cadáver de nuestra embarcación. Lanzamos las redes en varias ocasiones pero fue en vano. Contábamos con un par de buenos nadadores…

— Pero era demasiado arriesgado dadas las circunstancias — continuó el inspector Sierra —. Lo comprendo —. Observó cómo Mercedes abrazaba a su esposo, destrozado por haber sido testigo del duro final de su joven hija, y acariciaba sus finos cabellos plateados. — ¿Cómo reconoció a su primogénita?

— Solamente porque llevaba aquel vestido de lunares que tanto le gustaba — miró a su esposa con gravedad —, era de color azul fuerte y, aunque era noche cerrada y las luces de nuestro barco son bastante pobres, fue fácil de distinguir.

— A pesar de la distancia y las condiciones ¿Podría darnos algún dato relevante sobre el cadáver? Lamento tener que hacerle estas preguntas, pero es mi trabajo. — Y aquella era una de las peores partes.

El hombre volvió a tomar aire con pesadez, cada palabra debía de suponerle un enorme esfuerzo — Estaba lleno de cardenales. Parecía haberse despeñado por el acantilado — gimió —, pero no entiendo cómo pudo llegar ahí ni por qué. No sé qué podría llevar a mi hija a estar fuera de casa a esas horas de la noche.

— ¿Cómo pudo sucederle algo tan horrible a mi hermana? — Se lamentó Andrea. Su marido, que hasta entonces había estado discretamente en la cocina, la abrazó o más bien la estrujó con sus enormes brazos mientras rebuscaba un pañuelo en el bolsillo. El inspector reparó en ellos por primera vez. Andrea compartía el mismo pelo negro que su madre y hermana y era, probablemente, más bella que Luisa pero después de haber visto el retrato de la desaparecida, comprobó que no tenía en los ojos la astucia de su hermana ni la fuerza de su madre. Vestía un liviano traje de color verde pálido y un collar de falsas perlas. Sencilla pero elegante comparada con el resto de sus familiares. Probablemente se había arreglado un buen matrimonio con el grandullón con cara de pocas luces que permanecía a su lado sin mediar palabra.


— Aún no lo sé, pero les prometo que haremos lo posible por averiguarlo — respondió el inspector pensando para sí que les esperaba una larga tarea y que, marchaba de aquel domicilio sin pistas concluyentes pero con muchos datos que analizar.

domingo, 6 de septiembre de 2015

CARTAS PARA JUAN, próximamente....

PRÓXIMAMENTE EN EL CAPÍTULO 2... 

¿Qué verían los marineros aquella noche desde el barco? 
¿Volverá a interrogar el inspector Sierra al padre de Luisa?
¿Encontrarán alguna pista útil en su habitación?




miércoles, 2 de septiembre de 2015

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 1


         Escuchó un silbido y después, silencio. Un silencio denso y cargado de terror. Miró a su compañero de trinchera justo a tiempo para indicarle que se tapara los oídos. A continuación, una explosión. Por la intensidad del sonido, calculó que la bomba debía de haber caído a un par de kilómetros de la base. Pensó en su mujer e hijos, probablemente refugiados en el sótano de su pequeña casa. Se los imaginó solos e indefensos y un dolor tan grande atravesó su pecho que sintió ganas de matar con sus propias manos a aquel que había empezado esa maldita guerra.


  Otro silbido y de nuevo miedo. Un miedo que cual relámpago recorrió su columna vertebral haciéndole casi convulsionar. Lo había oído demasiado cerca y, antes de que tuviera tiempo para hacer cálculos, sintió cómo algo caía a su lado haciéndole saltar por los aires, desmembrando su cuerpo como si de un puzle se tratase, sacudiéndole en medio de la oscuridad. Escuchó la voz de Marieta en su oído, tan dulce y suave como la recordaba. Por lo visto Dios había sido misericordioso con él y había decidido no mandarle al infierno por todos los hombres a los que había tenido que matar.

   Sintió cierta presión en el brazo derecho y de nuevo la voz de su mujer: «Despierta…» Logró abrir un ojo y después el otro creyendo distinguir sus enormes iris verdes en la penumbra de la habitación. Alzó una mano, sorprendido de que aún continuara anexionada a su cuerpo y le acarició la mejilla son suavidad, tranquilizado por su tacto.

—Solo ha sido un mal sueño   la oyó susurrar. Suspiró aliviado al sentirse alejado del campo de batalla. Los recuerdos aún eran tan nítidos, tan reales, que se colaban en sus pesadillas casi cada noche. — Tienes que levantarte, Gonzalo está aquí.

— ¿Qué hora es? — preguntó volviendo lentamente a la realidad.

—Las cuatro y media de la madrugada. Debe de haber sucedido algo grave.

  Se sentó en el borde de la cama con torpeza, apoyando su pierna de madera en el frío suelo de la habitación. Al contemplarla, casi pudo volver a oír el sonido de la explosión. Sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos y sintió como Marieta le abrazaba. Ella, con su voz, paliaba su dolor y aliviaba las heridas que se habían anclado en el fondo de su alma desde hacía casi diez años, desde aquel diecisiete de julio, el día en el que la muerte había aparecido en el país arrebatando sueños y esperanzas, dejando a muchos hombres sin vida y a muchos vivos sin alma.

—Algún día las pesadillas desaparecerán. Tal vez solo sea cuestión de tiempo.

Él suspiró — Dudo que logre redimirme por todas las vidas que he sesgado ¿Por qué iba Dios a perdonarme cuando ni siquiera soy capaz de mirarme al espejo y reconocer a la persona que un día fui?

Marieta le miró con tristeza y acarició sus brazos con el dorso de la mano. Rezaba con fe y confianza en la clemencia del Todopoderoso, que les observaba desde lo alto de una cruz colgada en las desnudas paredes de aquel cuarto.

  Levantándose de la cama y ayudado por su mujer, se vistió la ropa de trabajo no sin cierta dificultad: un traje negro sobrio, con corbata anudada con esmero y una gabardina ya ajada por los años para protegerse de las noches heladas del invierno. Recogió su identificación como inspector de policía que descansaba bajo la pequeña lámpara de la mesita, la misma que le había acompañado durante los últimos veinte años y que le recordaba a tiempos felices de juventud en los que discernir el bien del mal le resultaba tan sencillo como subir escaleras con agilidad. En la actualidad ambas situaciones le parecían ya lejanas. Su indispensable bastón le esperaba arrimado a una silla en la que también había dejado su sombrero. Asiendo ambos, se despidió de su mujer con un beso.

Ésta le observó marchar  por la puerta del domicilio preguntándose, una vez más, si su marido regresaría sano y salvo para la cena. Sabía que tenía enemigos, sabía que la muerte le acechaba. La guerra no había terminado para ella.


—Buenos días inspector Sierra. — Gonzalo, su subordinado, le esperaba con su uniforme impoluto y rostro y mente inquietos y despejados, incluso con ese aire de emoción y aventura  propio de la juventud. Le recordó a sí mismo años atrás y sonrió para sí. El joven se encontraba acompañado del sereno, un hombre de mediana estatura ataviado con gorra de plato y bata gris. Sostenía su inseparable chuzo, arma de asta, y un farol y sobre su pecho relucía un silbato color bronce. Una ganzúa con decenas de llaves colgaba de su cinturón y, a juzgar por su semblante cierto cansado y somnoliento, su ronda debía de estar al finalizar.

—Buenos días Gonzalo. Manolo —. Respondió haciendo una inclinación de cabeza a los dos hombres. — ¿Qué les trae por aquí a estas horas?

—Han encontrado muerta a una chica — dijo el primero sin más rodeos —. Me hallaba haciendo guardia en comisaría cuando uno de los hombres que la encontró vino a comunicar la noticia.

—Lo curioso son las extrañas circunstancias — añadió el sereno — Por lo visto su cadáver apareció flotando a la deriva, fueron unos marineros los que lo vieron. Entre ellos estaba su padre, fíjese usted qué desgracia.

  Sierra asintió con gravedad pensando en la penosa tarea que les esperaba aquel día —Tendremos que ir a interrogar a su familia — resolvió. — Usted nos acompañará hasta el domicilio ¿Verdad, Manolo?

—Por supuesto —  respondió el hombre con un marcado acento del norte. — La casa no se encuentra lejos de aquí, les abriré la puerta.

   Los tres hombres caminaron por las calles prácticamente desiertas de la villa. Hacía seis años que la guerra había terminado, pero allá donde uno dirigiera su mirada, podía ver las secuelas de aquel periodo de devastación. Aún quedaban edificios reventados por bombas o calcinados por el fuego, restos de lo que habían sido parques y avenidas descansaban a la espera de ser reparados y vivir épocas mejores.

  A esas horas de la madrugada, algunos pequeños comerciantes comenzaban a abrir su negocio: panaderos, que elaboraban la masa con la escasa materia prima de la que disponían, artesanos y empresarios textiles que confeccionaban sus productos para intentar venderlos a lo largo del día a aquellos que pudieran permitírselo.

  Para la mayoría de la población, el discurrir de su vida venía marcado por la penuria, la escasez y la miseria, e incluso el miedo a la libre exposición de sus ideas. Los españoles continuaban con sus vidas intentando hacerse un hueco en aquel país que soñaba con volver a renacer.

  

   El sereno abrió la puerta de la modesta casa donde vivía la familia de la joven fallecida y se despidió deseándoles suerte en su cometido. El edificio de ladrillo rojo y dos plantas estaba situado en pleno corazón del barrio de pescadores de la pequeña villa industrial. La voz de la tragedia había corrido como la pólvora y algunas miradas curiosas se escondían tras las cortinas de las casas colindantes. Sierra observó cómo Gonzalo tragaba saliva, los marineros eran gente humilde pero dura como el acero y curtidos en mil batallas contra el mar. No serían huesos fáciles de roer en la investigación.

  La destrozada familia les esperaba.

martes, 1 de septiembre de 2015

¡Bienvenidos a RESUELVE EL MISTERIO!

Si te gustan las historias de intriga y te vuela el tiempo leyendo, si sospechas de todos y cada uno de los personajes hasta descubrir quién es el asesino o el conspirador y no puedes parar de leer hasta ver tus teorías confirmadas… ¡Este es tu sitio!
En RESUELVE EL MISTERIO queremos proponerte un reto: Queremos que nos desafíes, que averigües el final, que nos cuentes tus hipótesis a lo largo de la historia y, sobretodo, que disfrutes de un buen rato de lectura dándole al coco.
¿Estás preparado?